Muchas de nosotras retenemos nuestros sentimientos, ya sea porque vivimos desconectadas de ellos, o porque, aunque los sintamos, elegimos no expresarlos para no herir a los demás o para no “mover el bote” de nuestras relaciones.
Podemos pensar que expresar nuestra rabia es algo malo, que es un sentimiento que no es bueno sentir, que puede ser algo peligroso o dañino para nuestra relación.
O que el dolor y la tristeza pueden ser algo difícil de “bancar” por el otro.
O que nuestros miedos pueden ser sinónimo de debilidad.
Nada más lejos de la verdad. No expresar nuestra rabia, nuestros miedos o nuestro dolor, no contribuye a la salud de nuestras relaciones, más bien las destruye, porque nos impide ser vistas, porque ocultamos nuestra verdad.
Y ¿qué ocurre cuando ocultamos nuestra verdad?
Nos comenzamos a distanciar de la otra persona, porque dejamos de sentirnos libres y relajadas en su presencia.
Acumulamos resentimientos, como “basura bajo la alfombra”, porque nuestra rabia o nuestro dolor comienzan a formar pensamientos negativos en contra del otro, que tarde o temprano van a convertirse en un “montículo” con que tropezaremos, y explotaremos por la menor pequeñez.
La evitación y la desconexión comienzan a infiltrarse lentamente en nuestra relación, para de pronto, uno u otro comenzar a sentirse aburrido en ella. Como si la relación comenzara a perder energía, vida y pasión.
Y es que negar nuestros sentimientos es negar la vida misma. Es negar donde estamos y quienes somos.
Nuestras relaciones NECESITAN de nuestra honestidad para prosperar y profundizarse.
Aprender a expresar nuestros sentimientos de formas que el otro las pueda recibir, puede ser todo lo que nuestras relaciones necesitan para evolucionar, re-encantarse y afianzarse.
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